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martes, 12 de octubre de 2010

Astrid: La segunda cita. [Capitulo II]





Astrid: La segunda cita.


Lorena y Lucia estaban con la boca abierta. No daban crédito a lo que habían escuchado — ¿Qué sucede? No se queden con esa cara, digan algo— Ambas se miraron y estallaron en risas.



— ¡Joder tía! ¡Que fuerte! Como te la pasaste anoche. ¿Le diste tu numero de móvil?— preguntó Lorena.

— Pues se lo iba a dar, pero él no quiso. Me dio el suyo y me dijo que lo llamará cuando yo quisiera. Me dijo que no quería llamarme y que yo me sintiese acosada o comprometida. Que cuando quiera hablar con él o verle le podía llamar, sin importar la hora o el día. — Lucia se apresuró a preguntar.

— ¿Y le volverás a llama?

— ¿Tú que crees?— una sonrisa picara se esbozo en sus labios— claro que lo llamaré.

— Nos alegramos mucho por ti ¿Verdad Lore?

— Claro que sí

Pasada tres horas de conversaciones, chistes y comentarios un poco subidos de tono referente a la experiencia de Astrid, las tres mujeres decidieron marcharse. Lorena hizo un además casi teatral al buscar dinero en su bolso para pagar — No, déjalo, yo pago— Astrid sacó dinero y pidió la cuenta. Como era de esperarse, Lucia y Lorena no pusieron mucha resistencia al ofrecimiento. Lucia se ofreció a llevar a Lorena a su casa, supuestamente su coche estaba en el taller. La despedida fue muy animosa y acordaron volver a juntarse el próximo domingo.

Lorena y lucia subieron al coche y se marcharon. — ¿Tú le creíste algo?— Preguntó Lucia mientras daba marcha al coche.

— ¡Que va tía! Eso se lo ha inventado. A esa le echaron un polvito de mierda y la mandaron para su casa temprano. El negro ese sólo quería un coño para correrse. Ni siquiera le pidió el número, y a saber si el número que el le dio era el correcto.

— Eso creo yo ¿Quién le va a echar un polvo así a esa?...

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Ya había pasado una semana desde la noche en que Astrid conoció a Sebastián. En esos días tomó el móvil más de trescientas veces para llamarle, pero le faltaba valor para hacerlo. No quería aparentar desesperación, ni mucho menos agobiarle. Pensó que una semana era suficiente. Las manos le sudaban. Recorría de un lado a otro el espacioso salón de su ático de dos pisos con el móvil en la mano.

Llevaba puesto un apretado hot-pant de encaje a conjunto con un sujetador talla ciento diez copas DD. Sin duda era una mujer de tallas grandes, pero de masas muy firmes, libres de estrías y con escasísimas celulitis gracias a los milagros de las clínicas estíticas y a que ella tenía suficiente dinero para pagar a los santos que trabajan en ellas.

Tomó una bocanada de aire para insuflar valor a sus pulmones y pulsó la tecla. Un timbre. Dos timbres. Si sonaba otra vez estaba dispuesta a colgar, con la esperanza de que le devolviese la llamada. Deseaba volver a verle, lo había deseado todo la semana — Hola, habla Sebastián ¿Con quién tengo el placer?— por un segundo no supo que decir —Hola ¿hay alguien ahí?— Lo intentaba, pero las palabras no le salían —No escucho nada. Voy a colgar, inténtelo de nuevo. —

— Hola. Si. Emm, soy yo.

— ¿Sí? ¿Eres Yo? Mira que cosa más curiosa, yo también soy Yo.

— No, es decir….Soy Astrid ¿me recuerdas?

— ¿Cómo crees que no voy a recordarte? Sólo el alzhéimer podría sacarte de mi cabeza. Pensé que no me llamarías ¿Qué tal te va?

—Bien ¿A ti qué tal te va?— las piernas le temblaban. Se sentó en el sofá intentando controlar la respiración, mientras escuchaba esa voz profunda similar a la de un locutor de radio. —…Que bien. Oye, este…no sé, podríamos quedar un día de estos par…

— ¿Puedes hoy?

— ¿Hoy?

— Sí, Hoy…

— ¿Hoy?

— Dame un segundo, deja que me mueva. Creo que tengo interferencia, es eso o que necesitas ir a un Sordologo. Sí, hoy. A las seis. En el bar irlandés que está cerca de la discoteca ¿sabes cuál es?— Claro que lo sabía. Era el mismo bar en donde les había relatado su experiencia a sus amigas hacia menos de una semana. — pues vale. Allí nos vemos.

¡Madre mía, madre mía! Las seis de la tarde. A penas tenía cinco horas para arreglarse. Corrió a su habitación mientras marcaba el número de su peluquera, cita de emergencia, trabajo completo. Como era de esperarse, siempre había un hueco para una clienta como Astrid. Abrió el armario, una habitación de tres metros cuadrados repleta de ropa zapatos y bolsos. Sacó más de veinte piezas de ropas, pero ninguna terminaba de convencerle. Lastima que no tenía más tiempo para así poder ir de compras. Hizo una preselección que le dejó con siete opciones, de camino a la peluquería se lo pensaría mejor.



Llegó a la peluquería lo más rápido posible. Lavado, corte, tinte, mechas, peinado, las cejas, manicura y pedicura. Por suerte esa semana ya se había hacho la cera. Ciento diez euros más treinta de propina. De vuelta al ático. Queda poco. Dos horas y media, sólo dos horas y media.

Otra vez la ropa, segunda preselección, ahora quedan tres opciones. Baño, maquillaje. Probarse la primera opción; la segunda; la tercera; de nuevo la segunda con otros zapatos. Ahora los mismos zapatos con la primera opción. No le convencen. Abre el armario de nuevo y saca más ropa. Tres opciones más, incluyendo una que ya había descartado. Pantalón, falda, vestido, escote, estampado, liso, pasado de moda, parezco una puta, eso no que se me nota mucho la tripa…

Al final eligió una falda negra hasta las rodillas, una blusa con magas remangadas rosa con escote en forma de V, botas de tacón de piel negras que le llegaban hasta la mitad de las pantorrillas, un cinturón de hebilla ancha que se sostenía en diagonal desde su cintura a sus caderas. Brazaletes y colgante a juego con los pendientes. No estaba del todo conforme, pero ya no le quedaba mucho tiempo. Se retocó el peinado y el maquillaje. Se miro al espejo por quincuagésima vez. Otra vez se reacomodó el cinturón buscando una mejor caída. Joder, ya eran las cinco y cuarenta.



Tomó las llaves, el móvil, revisó rápidamente el bolso: Clínex, cepillo para el pelo, lápiz labial, maquillaje de emergencia, el monedero con en DNI y los demás documentos, hilo dental, dinero suelto, horquillas para el cabello, bolígrafo y agenda, crema y jabón para las manos, esmalte de uñas, perfume, una toalla sanitaria de uso diario, caramelos para el aliento, un cepillo de dientes con un mono dosis de pasta dental y un mechero, aunque dejó de fumar hace ya varios años.

Salió a todo gas y se subió es al coche, hubiese tomado un taxi, pero no disponía de tiempo para esperar. Circuló con precaución pero con prisa. El teléfono sonó, en el manos libres mostraba Número Privado. No dudó en responder — ¡Hola!— Su animoso saludo se cortó de golpe al ori la voz de quien le llamaba.

— Hola Astrid, soy yo, Raúl. — el corazón se le paró por un segundo.

— Sí. ¿Dime? — Intentó contralarse. Ser fría. Aunque una parte de ella se alegraba de escucharle otra vez. Era posible que…

— Me dejé unos pens drives. Quiero que me los devuelvas lo antes posible, los necesito ¿Puedo pasarlos a buscar ahora?— Ese tono de voz. Esa actitud…

— Pues ahora no puedo. Ya te llamaré para que pases a recogerlos.

— ¿Qué ahora no puedes? ¿Por qué?

— Porque he quedado con alguien— Así que te jodes gilipollas de mierda, pensó muy alegremente — ya te llamo. Hasta luego.

— ¡Espera! ¿Cómo que has quedado? ¿Con quién?

— Hasta luego, llego tarde. Besos. — Su dedo fue más rápido que la reacción de Raúl. Colgó la llamada y apagó el móvil. No quería distracciones. Tuvo suerte en aparcar. Bajó rápidamente del coche mirando el reloj de pulsera, cinco y cincuenta y siete. Se detuvo en seco.

Respiro profundamente y contuvo el aire. Dio media vuelta y entró al coche. Encendió el toca Cd´s, Escaneó hasta encontrar la canción más larga y la dejó correr. En ese momento deseó no haber dejado de fumar. Se miró en el espejo retrovisor, se reacomodó el cabello, verificó el maquillaje; Examinó su escote, que los pechos no sobresaltaran demasiado pero que se vieran, reubicó milimétricamente el colgante entre ellos. Cuando el último acorde de la canción sonó, ella bajo del coche, seis y cinco minutos.

El bar estaba desahogado. Ubicó a Sebastián de inmediato en una de las mesas centrales. Sí, en el centro, a la vista de todos. No como Raúl que siempre si iba a las del fondo. El se puso de pie al verla llegar. Llevaba un jersey rojo ceñido y un vaquero negro, simple pero muy bien vestido.
Se saludaron con dos besos, aunque ambos querían besar al otro en la boca. Sebastián le acomodó la silla para que se sentase.

— Estás radiante. Me encanta tú ropa y ese color de pelo te queda fenomenal. — Se había dado cuenta del su arreglo en cabello en los primeros dos minutos, un nuevo record mundial.

— Gracias. Me he puesto lo primero que encontré. Tú también estás muy guapo.

— Astrid… ¿Qué dijimos sobre la Hipocresía y la compasión?— Así comenzó la cita. Se dijeron muchas cosas: ¿Te gusta tal grupo? ¿Has visto tal película? Esto, aquello. Pero al final ninguno develó nada más allá de sus gustos. Tal vez no querían transgredir demasiado la intimidad del otro, o simplemente no deseaban saber demasiado e involucrarse profundamente tan rápido. Tampoco quisieron tocar el tema del sexo, pese a que era más que seguro que terminarían haciéndolo.

Las horas pasaron como minutos, es lo que sucede cuando te lo estás pasando bien en un lugar junto a alguien que te gusta; aunque diferían en ciertas cosas — ¿No te gusta EL señor de los anillos?— El tono dramático sorpresivo de Astrid no hizo a Sebastián replantearse su respuesta.

— No. Una película de doce horas sobre enanitos gays que quieren destruir un anillo. Si yo hubiese sido Fredo…

— Frodo…

—…Ese. Le hubiese dicho al mago, quien dicho sea de paso no lanzó más de tres conjuros en toda la película, que llamase a una de las águilas gigantes, me monto en ella y vuelo hasta el volcán… ¡LISTO! A tomar por culo con el anillo de los cojones.

— ¿Tampoco te gusta Star Wars?

— Tía, eres una friky ¿Lo sabías? Me estoy replanteando la idea de que seas mi novia. — Esta vez su lengua y su sentido del humor le habían jugado en contra delatando sus intenciones futuras.

— ¿Qué has dicho?— Era una de esas cosas que se escuchan, pero aun así se preguntan. Vio su rostro, vio la expresión que decía “La he cagado ¡Mierda!”. Ese era uno de esos segundos eternos donde debes pensar la movida maestra ¿Quiere que sea su novia? ¿Quería ella serlo? ¿Estaba preparada para tener una relación otra vez? En ese momento no encontró respuestas claras, sólo una opción: Dejar fluir las cosas…

— ¿Tienes hambre?— Maniobra de evasión rápida para cagadas imprevistas. Recomendaciones: Rezar.

— Pues ahora que lo mencionas…

— Ven — La cuenta ya estaba pagada. La tomó por la mano y se pusieron en marcha — Te prepararé mi especialidad: Espaguetis a la parmesana. — Ella sonrió y se dijo para si Déjalo que fluya.


Esta vez, mientras Sebastián preparaba los espaguetis, Astrid tuvo más tiempo husmear. El salón-comedor era amplio. Una estantería repleta de libros de diversos géneros cubría una de las paredes. En el lado opuesto se podía apreciar un estante más pequeño con diversas figuras y fotos. Astrid prestó especial atención a las fotos. Un hombre muy parecido a Sebastián, pero mucho mayor, seguramente su padre, junto a una mujer de edad similar con rasgos asiáticos. En más de una decena aparecía una chica mulata con un voluminoso cabello al estilo afro; en algunas estaba sola, en otras acompañadas de una chica asiática y/o una mujer de rasgos europeos.

También habías varias figuritas de esas que venden en las tiendas para turistas, al parecer recuerdos de viajes; Alemania, Rusia, Japón, Nueva York, República Dominicana, Cuba, Jamaica, Brasil, Tailandia, Londres, Holanda, Suiza, Suecia, China, Italia, Chile, Argentina, México y muchas más. ¡Madre mía, ha viajado más que el Papa!



La hora de la cena llegó. Los espaguetis estaban perfecto —Tengo un amigo italiano que me enseñó a hacerlos. Me costó bastante lograr hacerlos bien, no soy muy diestro en la cocina— Al terminar se sentaron en el sofá del salón. Astrid ya tenía los pies hechos polvo, Sebastián lo pudo notar con facilidad. Tomó sus pies, los colocó sobre sus piernas y le quitó las botas. Un suspiro orgásmico de alivio brotó de los labios de Astrid.

Luego le quitó las medias. Se quedó observando sus pies, le parecían hermosos. Lentamente comenzó a masajearlos. Un masaje en los pies en el segundo encuentro, fabuloso. Raúl nunca lo hizo en siete años. Sus dedos se deslizaron con suavidad y firmeza. Lo único audible era la respiración profunda de Astrid que denotaba placer; un placer que se vio potenciado por diez al sentir los labios cálidos de Sebastián sobre el empeine de su pie. Los besos comenzaron a llegar uno tras otro, mientras las manos exploraban con libertad y cautela sus voluptuosas piernas.

Astrid estaba extasiada. Sebastián se aplicó a fondo en cada palmo de piel, era una paciencia tan desesperante que rayaba en lo sádico. Al fin sus manos y sus labios llegaron a los muslos, la presión de sus dedos iba en aumento. La robustez y firmeza se esas piernas le excitaba mucho. El olor le embriagaba. Sintió las manos de ella posarse sobre su cabeza rapada, sus caricias eran una exhortación a que avanzase a zonas más profundas. Él estaba decidido a obedecer.

Le quitó la falda, por un momento contempló con admiración las pronunciadas líneas de sus caderas enmarcadas con una provocativa lencería de encajes blancos. La siguiente prenda en ser derrocada fue la blusa, su caída dejó a la vista un par de pechos apenas contenidos por un sujetador que pronto dejaría de cumplir su opresora función. Las cosas bellas no deben coartarse. Frotó sus mejillas entre los voluminosos pechos, incluso dejó su rostro entre ellos por algo más de medio minuto.

A ella le encantaba eso, sentir que a él le gustaba su cuerpo le hacia sentir más mujer. La sensación de sentirse deseada no era algo con lo que estuviese familiarizada. Un cosquilleo creciente en el interior de su bajo vientre se expandió por todo su cuerpo erizando su cada bello de su blanca piel. Sus labios se tocaron por primera vez en esa noche. Un beso cargado de deseo y pasión reciproca. Ella también quiera tener parte activa, también quería hacer; deseaba darle placer.

Le quitó el jersey a la vez que le sentaba para colocarse sobre él. Apoyó sus rodillas sobré el sofá a cada lado de las piernas de Sebastián. Sus grandes tetas quedaron frente a su cara. Con una voz sensual que ella misma desconocía tener preguntó — ¿Te gustan mis pechos?— Sebastián respondió que le encantaban. La punta de sus dedos acariciaban los pezones henchidos, su lengua y dientes jugaban con ellos. Ella movía su pelvis, frotaba su sexo contra la dureza contenida de una polla que estaba a punto de estallar. Los diez dedos de Sebastián se aferraron a sus nalgas con cierta rudeza sorpresiva. Ella le beso con ansias, quería devorarlo. Le mordió el labio inferior y tiró el. Los besos eran cada vez más largos, sus lenguas se enredaban e invadían la boca del otro. Se miraron a los ojos, había fuego en sus miradas.

Se pusieron de pie sin dejar de besarse. Se restregaron con fruición. Las uñas de ella casi rasgaban la negra espalda de él, quien le respondía apretándole el culo hasta dejarla parada de puntillas. Ella se separó sin dejar de mirarle a los ojos, había una sonrisa perversa en sus labios. Lentamente comenzó a caminar. Sebastián se quitó el resto de ropa que le quedaba, dejando al descubierto toda su masculinidad, Astrid se mordió los labios mientas caminaba de espalda para salir del salón. Por un momento él le perdió de vista, luego vio una mano que sostenía unas bragas que cayeron al suelo.

El avanzó rápido y la interceptó en el pasillo. La agarró por la espalda y la puso de frente contra la pared. Le besaba en cuello y la nuca a la vez que una de sus manos ávidas de carne apretaba una de las deliciosas tetas; La otra irrumpió desde atrás separando ambas piernas para encontrase con un coño caliente y húmedo. Ella recibía todo a la vez. Intentó moverse para seguir avanzando hacia el dormitorio, pero una rápida e inesperada nalgada le disuadió de hacerlo —Quieta— Esa voz autoritaria, el ligero ardor en su cachete, ese control sobre ella, todo tan nuevo, tan…excitante.

Sebastián se puso de rodillas y con ambas manos separó las nalgas y piernas de Astrid, ella rápidamente buscó una mejor posición para ofrecerle su sexo totalmente. La lengua se introdujo en su vagina húmeda. Era placentero, sus gemidos daban fe de ello. La mamada era agresiva, con ahínco; él mordisqueaba sus labios vaginales, ella enloquecía. Si no lograba llegar a la cama, iba a correrse en el pasillo. Intentó moverse de nuevo, su cerebro esperaba otra nalgada, pero no fue así, esta vez Sebastián le dejó avanzar y llegar hasta la habitación.

Al entrar apagó la luz y se acostó rápidamente en la cama. Cuando Sebastián entró volvió a encender la luz — Esta vez quiero verte disfrutar— Ella le veía avanzar, veía esa polla rígida como el mástil de una barco aproximarse a ella, y ella la quería. Él se la acercó a la cara y ella no tardó un segundo para llevársela a la boca, estaba dispuesta a engullir todo lo que pudiese aunque le costase un dolor de garganta y mandíbula. Sebastián se acostó en la cama y la guió para que ella se tumbase sobre él. Coño contra boca, boca contra polla ¿Quién sucumbiría primero?

Sentir como le comían el coño le motivaba a chupar esa polla como una posesa, a llevarla hasta el límite de su garganta, a sostenerla allí hasta que le faltase la respiración. Lo hacía una y otra vez. Los dedos entraron en su coño, frotaron su clítoris, rozaron su ano. Estaba al limite, necesitaba ser penetrada — Métemela, ¡métemela ya!— Y sus deseos fueron cumplidos.

Sebastián la colocó a cuatro patas, ella apoyó sus manos en el espaldar de la cama esperando con ansias la primera embestida. Sintió como el robusto miembro se abrió paso hasta lo más profundo de su cavidad provocando un grito de placer que le dejo sin aliento. Y lo sintió otra vez, una y otra vez. Esas manos que le sujetaban por la cintura con fuerza, con propiedad, con deseo. Vio hacia su derecha, había un espejo de cuerpo completo en el cual no había fijado hasta ese instante. Se vio a si misma siendo cogida. Vio la cara de deseo de Sebastián vio su cuerpo, su polla entrar una y otra vez. Y por primera vez vio su propio rostro al llegar al orgasmo. Otra vez aquella reacción cataclismica que le sacudía desde lo más profundo de su ser hasta dejarla al borde de la inconsciencia. Se sintió desfallecer, pero el deseo de complacer le ayudó a sobreponerse y a darlo todo. Su vagina estaba adolorida, pero no quería que Sebastián se detuviera. Era un dolor que se mezclaba con un placer que volvía crecer arremetida tras arremetida.

Sebastián la tomó por el pelo y tiró hacia él. Ella curveo su espalda instintivamente. Entonces recibió una sonora nalgada, seguida de otra y de otra. Lejos de dolerle o molestarle aquello le excitaba a niveles desconocidos para su mente. Estaba siendo controlada totalmente. Se sintió poseída, Sebastián era su dueño en ese momento y ella estaba allí para retribuirle todo el placer físico y mental que él le había dado. Sí, le gustaba sentir eso. El reflejo del espejo no mentía, su cara le delataba, le gustaba.



Una descarga de semen inundó su vagina, el calor interno y la presión del momento le causo un repentino orgasmo que le atrapo casi por sorpresa entre gritos y jadeos. Ambos cuerpo se desplomaron uno encima del otro. Si aquello no había sido la Gloria, a Astrid no le importaba, ella se conformaba de buena manera con eso…

3 comentarios:

  1. Esta Astrid tiene madera de protagonista, y tú relatando su historia, tan real, hace que la vea como una sex-symbol, de esas que tantas veces pasan desapercibidas.
    Un abrazo.

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  2. Me es grato saber que sigues mi escrito, intentaré mantener el nivel para seguir estando a la altura de tus exigencias.

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