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domingo, 10 de octubre de 2010

Astrid, Una noche intensa. [Capitulo I]

El bar estaba algo saturado. Docenas de conversaciones se mezclaban con la música de fondo, Lorena intentaba avanzar sin chocar con las demás personas. Oteaba de un lado a otro hasta que vio a una chica que le hacía señas con las manos en una mesa al fondo del bar. Al llegar a la mesa saludó a su amiga con dos besos en la mejilla, para luego apartar un pesado abrigo de piel que estaba en una de las dos sillas libres. Acto seguido se acercó un camarero —Ponme una cerveza — el camarero tomó nota y se marchó. Lucia esperó a que el mesero se marchase para empezar a hablar.

— No sabes lo que te perdiste ayer lore.

— Me imagino. Pero ya sabes como se pone Alberto cuando falto a sus reuniones familiares con su MARAVILLOSA madre. Oye tú ¿Y Astrid? Pensé que también venía.

— Esa aún no ha llegado, y es mejor así. Si supieras lo que hizo anoche. ¡Que fuerte!

— ¿Qué? ¿Se enrolló con alguien?

— Si tía.

— ¡No jodas! Pero recién acaba de terminar con Raúl. No pensé que se metería con nadie tan rápido, con lo ñoña que es ella.

— Pero es que es muy fuerte.

— Anda cuenta antes que llegue.

— Llegamos a la discoteca. Al principio me costó convencerla, pero ya sabes como es ella que con nada la persuades. Y estamos ahí a nuestro rollo en la barra. Los tíos se nos acercaban y eso. Pero con la cara de amargada que tenía la tía, los espantaba a todos. En eso estuvimos como una hora. Ya yo me estaba arrepintiendo de haberla invitado, pero como ella es la que siempre paga.

— Ya, para algo debe de servir la gorda esa.

— Pues en eso llega un negro tía. Pero un negro enorme y más feo, era feísimo tía.

— No me digas que…

— Si tía. El tipo viene y le secretea algo en el oído a la Astrid y esta se parte el culo de la risa. Era la primera vez en dos semas que la veía reírse.

— ¿Y qué pasó después?

— Pues que el negro se queda ahí hablando con ella y ella no paraba de reírse. Y al rato el tipo este se la lleva a bailar. Después volvieron juntos y ella sigue riéndose como si se hubiese comido un payaso. La tía pasaba de mí como de comer mierda. No me volvió a hacer caso y ni me presentó al tío ese. Y al rato se van a bailar de nuevo, y se comienzan a besar, fuertísimo tía, ahí mismo.

— ¡No jodas! Esa está es desesperada, como el Raúl la dejó y él ha sido el único que le ha hecho caso. De seguro se piensa que no va a conseguir a más nadie, y no la culpo, la pobre con ese cuerpo. Yo le he dicho que se ponga dieta…

— yo no sé si estaba desesperada, pero cachonda sí que estaba, porque se fue con el negro ese. Anda, mírala ahí viene. — Una chica de no más de veinticinco años llegó a la mesa. Lorena y Lucia le saludaron con mucho afecto, casi como si fuesen hermanas — ¿Y tú? ¿Serás guarra? — Las risas estallaron entre las tres mujeres — Anda, cuéntanos con lujos de detalles.

— Primero una cerveza joder, que me faltan líquidos en el cuerpo. — La cara de Astrid desbordaba vitalidad, a pesar de las ojeras que tenía, se veía más viva que nunca. Después de dar un largo trago a la cerveza comenzó a relatar con toda confianza a sus dos mejores amigas su extraña aventura…


En verdad no quería estar allí esa noche. Pero Lorena insistió tanto que no tuve más remedio que ir. No tenía ánimos para nada. Apenas me maquillé un poco para disimular las ojeras y la mala cara que me habían dejado dos semanas de llantos e insomnio. Mi pareja, con la que llevaba más de siete años me había dejado. Es cierto que nuestra relación no marchaba bien. Estaba casi segura de que el me era infiel con otra chica. En el fondo no le culpaba, yo no soy muy atractiva, ya era bastante con que él estuviese conmigo. Yo soportaba su mal carácter y sus insultos, porque sabía que el me quería. Al final no supe como mantenerlo a mi lado y él terminó dejándome.

Los hombres parecían verme un cartel en la frente que decía “Amargada, precaución”. Algunos se acercaban pero se marchaban en el acto. Yo me sentía mal, no por mí sino por Lorena, les estaba ahuyentando a los pretendientes. Estaba decidida a irme, pero en ese momento se acercó un hombre de color y me dijo al oído “Has probado cenar All-brand©” No pude evitarlo, estallé en risa, y más al ver que él se quedó con la cara sería, como si no hubiese dicho nada. No era guapo, pero en carisma e ingenio para empezar una conversación, ya tenía un diez.

— Hola, mi nombre Sebastián— Hizo una breve pausa y luego me dijo — Sí, se que esperabas que te dijera que me llamaba Dikembe o Baltasar— Otra vez me cogió por sorpresa y me robó mi segunda carcajada en dos semana — La verdad es que una vez al año me llamo Baltasar, y le lanzo dulce a los niños, es la única fecha del año en que un negro le puede dar dulces a un niño desconocido sin que sus padres llamen a la guardia civil — Definitivamente tenía un diez.

— Me llamo Astrid, un placer conocerte.

— El placer será de los dos si todo fluye como es debido. Y será un placer con replicas de ocho grados en la escala de Richter. ¿Dije eso en voz alta?— yo toda sonrojada asentí con una risita en los labios — Le echaré la culpa al alcohol. ¿Astrid? si mal no recuerdo es un nombre de origen griego que significa: La mejor. Mi nombre también es de origen griego, El venerado. Y luego mi madre se pregunta por qué soy egocéntrico.

El no paraba de hablar y yo no paraba de reír. Sin embargo había algo en él que me parecía Triste. Era extraño, me hablaba muy cerca del oído, tanto que podía percibir su aroma. Pero su voz no resultaba molesta a pesar de que como era obvio, debía esforzarse para que yo le escuchase. Cuando se apartaba, su rostro me atrapaba por completo. Nunca había estado en contacto tan directo con alguien de su etnia. Sus rasgos eran fuertes, pero no ordinarios. Sentí deseos de pasarle la mano por su cabeza rapada.

Me invitó a bailar, y accedí. Me tomó de la mano con firmeza, pero con cierta ternura protectora y me llevó hasta la pista de baile. En ese momento sonaba una salsa. Nunca he sido buena bailarina, pero sabía lo suficiente como para no pasar vergüenzas en momentos como ese. Él sin embargo se movía con gracia y soltura a pesar de su físico robusto. Lo mejor era que me hacia bailar, no sé cómo explicarlo. Sus movimientos me guiaban, me sorprendí a mi misma al verme bailando de esa forma.

En ese momento me sentí libre. Por un instante olvidé lo mal que lo había pasado en las dos ultimas semanas. Me olvidé de Raúl y de que me dijo que me dejaba porque estaba gorda. Olvidé mis complejos y mis defectos y bailé. Una canción tras otras. Pregunté que cuando pararíamos, y él me respondió — Hasta que el sudor de la nuca nos llegue a la raja del culo — No podía creerlo, no tenía frenos en la lengua. Estoy segura que en otra situación, con otra persona, no sé, creo que lo hubiese despachado, pero él tenía algo.

Al final cumplió su palabra y bailamos hasta que, al menos en mi caso, el sudor llego al sitio marcado. Volvimos a la barra y nos tomamos las cervezas de un trago. Hablamos un rato más. Yo no podía parar de reír. Le pregunté que por qué hacia tantos chistes — Yo no hago chistes, yo hago comentarios que pueden resultar o no, graciosos. Eso dependerá de la inteligencia de la persona. Tú eres muy inteligente…y muy bella. — Mi ego femenino necesitaba escuchar eso. Inteligente y bella. — Ahora es cuando tú dices “Tú también eres inteligente y bello” —

—Tú también eres Inteligente y bello.

— Y tú eres muy hipócrita o muy compasiva. Ni siquiera mi madre me ha llamado bello en toda mi vida, es más, mi cuna tenía cortinas negras. — Ya me dolía la barriga de tanto reírme — Vamos, ya se ha secado el sudor. Bailemos otra vez. — No me dio tiempo a responder si quería ir o no. Me tomó de la mano con propiedad y me llevó hasta la pista. Esta vez no sonaban ritmos latinos. La música era lenta, para bailar pegados. Sentí sus manos en la base de mi espalda, instintivamente puse mis brazos alrededor de su cuello. Su olor me embriagó. Era un aroma fuerte, muy distinto al de Raúl. Podía sentir la firmeza de sus músculos. Si darme cuenta nos estábamos besando.

Él se empalmó en el acto. Sentí su polla a través de la tela de sus vaqueros. Provocar eso me hacia sentir bien. Antes de que Raúl terminase conmigo, ya hacia más de dos meses que no tenía sexo. Además, el pobre tenía un problema de defunción eréctil a causa de estrés.

— ven conmigo

— No puedo, mi amiga…

— Tú amiga es mayor de edad, que se busque la vida. Ven conmigo.

— ¿A dónde me quieres llevar?

— A pasear, ver las estrellas y recitarte poesías.

— ¿en serio?

— No. En realidad quiero hacer el amor contigo toda la noche hasta que me duela la cintura y no sienta las piernas. — Está de más decir que me quedé atónita. Se me subieron los colores a la cara y me entró una risilla tonta. — Eres muy bella, no quiero perder la oportunidad de pasar contigo una noche inolvidable. Si ya estás con alguien, o simplemente no me crees adecuado para ti, te aseguro lo entenderé. Pero no me culpes por intentarlo. — Esas palabras tan sinceras, esa voz tan cerca de mi oreja, el alcohol, la necesidad… ¿por qué no?

Le dije a Lorena que me iba, no le di ninguna explicación aunque ella me la pidió. Sebastián y yo salimos de la discoteca — Mi piso está muy cerca, vamos andando. — Me tomó de la mano y fuimos andando sin prisa. Raúl no solía tomarme de la mano en la calle. A pesar del frio que hacía, su piel estaba muy caliente. En la calle pude apreciar mejor sus proporciones, era enorme. Me sacaba una cabeza, yo llevaba tacones. Su espalda y sus hombros eran anchos. Físicamente era imponente. Incluso ante mí. Sus pisadas eran ligeras, me parecía increíble que alguien así se pudiese mover con tanta gracia, yo sin embargo…bueno, mis taconazos resonaban a tres cuadras.

Llegamos a su piso y me llevó directamente a la habitación principal. — ¿Baño?— Me señaló la puerta mientras le daba una mal disimulada patada a unas deportivas que terminaron debajo de la cama. Estaba nerviosa. Mientras orinaba observé todo. Había dos cepillos de dientes, uno verde y otro con una figurita de la Hello Kitty. También había dos juegos de toallas, uno de color azul y otro de color rosa. Era obvio, en ese piso vivía una chica.

Al salir del baño le encontré sentado en la cama, tenía el torso desnudo y estaba descalzo. Me sonrió y me hizo seña para que me acercase a él. Yo antes que nada, apagué la luz de la habitación. Era una costumbre, a Raúl nunca le gustó hacerlo con la luz encendida. — Ya con luz es difícil que me vean, a oscuras es imposible, al menos que me ría— me iba a reír, pero él ya me estaba besando. Había fuego en sus labios. Nunca en mi vida me habían besado con tanta intensidad. Antes de darme cuenta estaba totalmente desnuda.

Mientras me besaba me apretó las nalgas y pegándome a él. Ya no había marcha atrás. Yo estaba infernalmente caliente y húmeda. Fui directamente a por el Gordo, y nunca mejor dicho. Su polla tenía un tamaño, como decirlo, bestial. Era tan gruesa que mi mano la abarcaba con dificultad. Nunca pensé que tendría una cosa así en mis manos. Para serles sincera, me dio un poco de miedo.

Me comenzó a lamer los pechos. Su lengua se centró de inmediato en mis sensibles pezones. Yo le acariciaba la polla. Le lleve lentamente hasta la cama e hice que se sentara. Mis tetas quedaron a la altura de su cara, él no paraba de chupármelas mientras sus manos hacían un recorrido desde mis piernas hasta mi espalda. Yo ya estaba empapada y ni siquiera me había tocado el coño. A esa velocidad era seguro que me correría antes de llegar a la cama.

Me puse de rodillas y tomé su polla con ambas manos, debo confesar que a pesar del temor, resultaba excitante tener semejante herramienta entre las manos. Comencé a lamerla como un polo de carne a la vez que le masturbaba suavemente. Sus suspiros me agradaban, me decían que lo estaba haciendo bien. Todo iba bien, hasta que intenté metérmela en la boca ¡Madre de Dios! Esa cosa pretendía desencajarme la mandíbula, a duras penas logré engullir un cuarto y sentía que me asfixiaba. Con Raúl eso nunca me pasó. Creo que Sebastián era consciente de mi pequeño problema.

Me tomó por los hombros con delicadeza y me colocó en la cama. Se colocó entre mis piernas y me besó por un instante. Luego comenzó a descender con su lengua hasta llegar a mis tetas. Sus manos se deslizaron por mis muslos hasta llegar a mi coño. Me lo acarició suavemente a la vez que me lo abría más. Sus dedos me rozaban el clítoris. A esas alturas yo ya estaba gimiendo de puro placer. Cuando sentí su lengua ahí, simplemente grité. No lograba recordar la ultima vez que Raúl me había mamado el coño.

Me separó las piernas al máximo y sumergió su lengua el mi coño. No quedó un solo rincón por donde no pasara, incluso mi ano. Aquello era totalmente nuevo para mí, extraño pero muy excitante. Cuando metió el primer dedo en mi coño, ya no pude contenerme más. Me corrí. Me sacudí en la cama, temblé, grité, gemí. El no paró el ningún momento de chupármelo y mastúrbame con los dedos. Yo presionaba su cabeza con ambas manos contra mi clítoris, no quería que se separara ni un segundo. Ya sentía tres dedos en mi coño. Estaba súper dilatada. Creo que eso era lo que el buscaba.

Se volvió a colocar sobre mí, y sujetándome las piernas comenzó a metérmela. No estaba acostumbrada a semejante polla. A pesar de lo lubricada que estaba, le era un poco difícil meterla toda. Creo que tenía un poco de miedo a hacerme daño. Yo le sujeté por la cintura con ambas manos y lo empujé hacia mí. La embestida fue brutal. Me dejó sin aire. Nunca había sentido tal placer, ni siquiera sabía que existía. Él se quedó inmóvil por un momento, quizá esperando que yo recobrase la respiración. Creo que estaba acostumbrado a causar ese efecto.

Sus movimientos eran suaves, su polla entraba y salía completa. Me la metía muy despacio, era delicioso. Yo no paraba de gemir, pensé que me desmayaría del placer. Tenía la corrida muy cerca, la sentía llegar, pero sus movimientos prolongaban la llegada. Creo que duró unos diez minutos, tal vez más tal vez menos. Era un suplicio. Quería correrme, pero a la vez quería que continuara con ese ritmo deliciosamente torturante.

Entonces soltó una de mis piernas, separó su torso se mi cuerpo y comenzó a tocarme el clítoris. Aquello fue maravilloso. Ya no pude soportar tanto placer, la corrida estaba muy cerca. Él lo sabía. Dejó de tocarme y aceleró el ritmo. Las embestidas se hicieron cada vez más rápidas y fuertes. La cama retumbaba contra la pared. Yo lo abracé con todas mis fuerzas y lo rodeé con mis piernas. No podía ni gritar. Entonces llegó, el orgasmo más brutal de toda mi vida, no exagero, era la primera vez que sentía tanto placer. Mis piernas se pusieron rígidas, mi espalda se arqueó hasta rozar el punto de quiebra, mis manos se aferraron a los barrotes del espaldar de la cama. Él continuaba embistiéndome sin compasión, y mi orgasmo parecía no tener fin. Aquello era una experiencia sobre humana. Luego no recuerdo más.

Al abrir los ojos era ya casi de día. Por un instante creí que todo había sido un sueño, pero un fornido brazo que rodeaba mi cuerpo me hizo saber que había sido real. Yo estaba acostada de lado y Sebastián me estaba abrazando. Me di la vuelta muy despacio para no despertarle. Al verle la cara mi corazón se aceleró mucho. Era como una corriente de alegría que me llenaba el pecho. Aquel hombre de mirada triste que no podía parar de hacer Comentarios, me dio la mejor follada de toda mi vida. No sólo eso, me hizo sentir bien, me llevó de la mano por la calle, me besó en público, me dijo que era bella. No sé si todo aquello lo hizo para echar un polvo. Pero de ser así, para mi había valido la pena.

3 comentarios:

  1. Un relato pasional y muy sensual,que te hace imaginar toda esa noche de placer. Muy bueno.
    Gracias por visitarme, y sigue escribiendo así.
    Un abrazo.

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  2. Que sensual ha sido leerte, me deja un buen sabor de boca. Tienes razón, tus historias, bueno esta, no es un simple relato de sexo. Ha sido dulce y agradable su lectura.

    Espero que sigas escribiendo.

    Un saludos.

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  3. Me ha encantado tu historia!
    Muy hot logre imaginarme cada paso contado..

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