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miércoles, 2 de febrero de 2011

Astrid: Una tarde cualquier [Capitulo III, primera parte]

Las siete en punto de la mañana, sus ojos se abrieron. Le era inevitable despertar a esa hora día tras día, como si se hubiese tragado un puto reloj despertador con esa hora marcada. Miró a su lado y parodiando a Augusto Monterroso murmuró: Cuando despertó, la mujer seguía allí.

Las líneas de sus pronunciadas curvas le enloquecían. Detestaba a las mujeres de líneas rectas talla cero. Las encontraba poco femeninas. Para él una mujer bella, físicamente, debía tener formas redondas; No parecer una tabla de planchar. El culo de Astrid le parecía perfecto en forma y tamaño; Las nalgas creaban una línea gruesa y pronunciada que reclamaban la atención de la mirada de Sebastián. No pudo resistir la tentación de tocar, apenas un roce imperceptible con las puntas de sus dedos como si se tratase de una figura de arena sensible al tacto.

Los dedos ascendieron por la espalda usando como vía la línea de la columna. Al llegar al cuello apartó el cabello con delicadeza — Raúl…— Sebastián apartó la mano. Una palabra dicha entre sueños puede ser muy comprometedora y causar muchas reacciones. Le picó, no lo podía negar, pero también lo entendió. No sabía quien coño era Raúl, pero podía imaginárselo.

Se puso de pie y salió desnudo de la habitación. Si la situación hubiese sido a la inversa, es muy probable que él hubiese dicho otro nombre en vez de Astrid. No tenía nada que reclamar, lo sabía, pero aún así le dolía. Podía ser muy analítico, además poseía una habilidad increíble para meterse en la piel de otras personas y valorar sus acciones de manera más objetivas. Era la segunda vez que estaban juntos y apenas se conocían. Ella no le debía nada a él. Claro que lo entendía ¿pero por que cojones estaba tan cabreado entonces?

Se sentó frente al televisor un una botella de yogur en la mano. Ese día pasaban la Formula 1 muy temprano. Estrenaban el circuito de Corea. La F1 era una pasión recién descubierta por Sebastián, la comenzó a ver más por tener tema de conversación con uno de sus principales clientes, pero al final terminó enganchado.

El teléfono sonó — ¿Sí?... ¡anda, pero si es mí inquilina favorita!... Ya me suponía que no ibas a venir hoy…no, no puedo buscarte mañana a esa hora, tengo reunión… ¿para qué se compró un coche Atenea? Que te traiga ella…Vale…de acuerdo. Besos— volvió a prestar atención al televisor. Esa carrera le interesaba mucho, hizo una apuesta a ciegas por uno de los pilotos. A ciegas porque no habían estadísticas sobre ese circuito, lo cual lo hacia todo más emocionante.

Escuchó el grifo del baño. Astrid había despertado ya. Minutos después la vio entrar al salón sólo con la camisa y las bragas puestas, para él eso era jodidamente sexy, y su polla dio fe ello.

— Dile a esa cosa que se calme un poco.

— Esta cosa tiene conciencia propia. No le mando, más bien le sugiero.

— Pues sugiérele que se calme un poco, al menos por las próximas 15 horas, mínimo.

— Veré que se puede hacer al respecto, pero no prometo nada. Es muy cabezón.

—No tienes que jurarlo, cierta parte de mi cuerpo ya lo sabe.

Astrid se sentó en el sofá, un poco apartada de Sebastián a modo de broma y mirando con temor fingido su polla. — Vamos que anoche no te quejaste hipócrita. Bueno, si te quejaste, pero eso entra en otro contexto— y las risas comenzaron…

Le agradaba verla reír, tenía una risa preciosa. Los hoyuelos de las mejillas la hacían ver casi infantil. En su mente estaba la clara idea de que quería entablar una relación con ella, pero ahora el nombre de Raúl flotaba entre los pensamientos, y le irritaba. Un poco de competencia le vendría bien. Desde de que se divorció no había tenido ningún reto en el área sentimental, era hora de ejercitar los músculos mentales encargados de las relaciones de pareja.

— Me tengo que ir ya.

— ¿Por qué? ¿Tienes algo que hacer?

— Pues no, pero…

— Pásate el día conmigo. No quiero que te… ¿Puedes quedarte?— Astrid quedó en silencio. Sebastián ya intuía un no por respuesta.

— Vale, me quedo ¿Qué haremos?— Sebastián contuvo una sonrisa de alegría y victoria.

— Por lo pronto, terminar de ver la carrera, le quedan como diez vueltas y si sigue así, habré ganado una apuesta que iremos a cobrar de inmediato. Luego ya improvisaremos.

El resultado de la carrera fue satisfactorio para Sebastián. De inmediato tomó el teléfono — ¡Redbull te da alas! Lastima que Vettel y Webber usaban gasolina…Sí, lo sé…sí soy un cabrón, mi madre me decía lo mismo cuando era niño. ¿Dónde estás? …Quiero mi dinero o te rompo las piernas italiano de mierda… vale, vale…nos vemos en una rato— Astrid no sabía muy bien que pensar — No te preocupes, no le romperé las piernas…eso creo.


Hora y media después estaban entrando a un restaurante. Sebastián saludó a los camareros, quienes rápidamente le prepararon una mesa. Astrid conocía el lugar, pero nunca había estado allí, una vez Raul intentó hacer una reserva, pero le dijeron que había una lista de espera de ocho meses.
— ¿Te apetece comer algo?— Preguntó Sebastián mientras un camarero descorchaba una botella de Pingus Doble Magnum cosecha de 2006. En verdad Astrid no tenía hambre, pero un vino de cuatro mil euros la botella era capaz abrir el apetito de una roca. Siguieron las recomendaciones del camarero, quien se marchó velozmente para cumplir el pedido.

Astrid intentaba no parecer impresionada, más por el hecho de que Sebastián no tenía esa intención. Pero imposible no impresionarse cuando a tu lado están comiendo los actores principales del último taquillazo del año. El camarero llegó con los platos, carne para él, ensalada para ella.

—Espero te atragantes con la carne, negro de mierda— Un hombre de unos cuarenta años y con remarcado acento italiano. Sebastián sonrió mientras le daba un fraternal abrazo al hombre, quien vestía ropa de chef.

— Astrid, este italiano de mierda es Giole. Giole, ella es Astrid.

—Mucho gusto. ¿Cómo es posible que una figone como tú esté con este buttafuori?— Aunque no lo entendió del todo, Astrid supuso el significado de la pregunta. Qué se le responde a uno de los cocineros más famosos del continente cuando te pregunta algo así.

— Porque es lindo.

— ¡Anda! nos ha salido mentirosa la figone. — Espetó Giole.

Los tres rieron como amigos. La tarde fue agradable, muy agradable.
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viernes, 29 de octubre de 2010

Sades [BDSM]

Sades.

La tarde es tranquila, Alfonso esta sentado en un cómodo sillón de terciopelo en el balcón de su apartamento ubicado el ultimo piso de un edificio de su propiedad. Desde el piso numero quince observa el mar, disfrutando de la tranquilidad que irradia el mar azul. Contempla la belleza mágica del ocaso mientras espera la llegada de Beatriz, ya casi es hora, ella ha sido puntual a su cita de los jueves por más de dos años.


Ya el sol se ha ocultado por completo. Alfonso saborea la ultima bocanada de su cigarrillo Newport mientras se pone de pie. Arroja la colilla por el balcón. Camina hacia la puerta, casi llegando a ella, a menos de tres pasos alguien toca el timbre, Alfonso abre la puerta, como siempre, es Beatriz que ha llegado. La rubia de cabello largo observa con ojos tímidos a Alfonso como si esperase alguna orden o reacción, este observa detenidamente a la joven de veintiún años, ojos negros, labios finos y rosados, curvas ligeras pero notables.



Alfonso acerca su mano al rostro de Beatriz quien se estremece al sentir el roce leve en su mejilla, la mano continúa su camino hacia la oreja, descendiendo por el cuello mientras que Beatriz cierra sus ojos, la mano apenas toca la piel hasta ascender a los labios rosados, los dedos de Alfonso los tocan, el pulgar entra en la boca de la joven, entre los dientes y la parte interna del labio.



Los dedos de Alfonso sujetan repentinamente el labio inferior de Beatriz, la presión hace que ella salga de su placentero trance, emitiendo un pequeño quejido. El la continúa sujetando y la jala al interior del apartamento. La lleva a una de las habitaciones sin dejar de presionar los labios, ella se ve obligada seguirle, el labio esta extendido hasta el limite.



En la habitación hay varias poleas, cuerdas, juguetes sexuales y otros accesorios similares. Alfonso toma un clip para enganchar ropa y lo coloca en el labio de Beatriz, prosiguiendo a colocarle tres más, otro en el labio inferior y dos en el superior. Beatriz solo emite pequeños quejidos, pero no se opone a las intenciones de Alfonso.
El la desnuda rápidamente dejando al descubierto ese sensual cuerpo, de un cajón saca un par de esposas que coloca en las muñecas de la joven, amarrándoles luego a una cuerda y elevando los brazos sobre la cabeza de Beatriz, dejándolos sujetos a una de las poleas.



Alfonso se detiene a observar la escena, una bella joven esposada, con clips en los labios, luego de ver el inicio de su obra comenzó a perfeccionarla, usando la polea jaló más las muñecas, extendiendo aun más los brazos hacia arriba, quedando Beatriz parada en las punta de sus pies.



Alfonso buscó varios clips más, se acercó calmadamente a Beatriz y comenzó a colocar mas clips en el cuerpo de ella, uno en cada pezón, los quejidos se hacen más fuertes, Alfonso se arrodilla y abre las piernas de ella, aprieta los labios del coño y pone un clip en cada labio, un quejido mas fuerte se escucha provenir de Beatriz.




El se pone de pie, toma una regla de madera, pasa la punta de esta por el cuerpo de ella, al llegar a las nalgas se detiene, ella sabe lo que ocurrirá, por reflejo contrae los músculos, Alfonso golpea fuertemente el culo de Beatriz el cual se tornar rojo tras la agresión, ella da un grito, el castigo continua cada vez más fuerte al igual que los gritos de ella.



Ya el culo de Beatriz está totalmente rojo, con pequeñas ronchas las cuales Alfonso pasa la lengua suavemente mientras clava sus uñas en los muslos de su esclava. El dolor que experimenta Beatriz es difícil de definir y mucho mas difícil es describir el placer que experimenta con este. Alfonso se pone de pie y desengancha las esposas de la polea y acuesta a Beatriz en el suelo, luego busca una cuerda y comienza a hacer ataduras en su cuerpo.



Alfonso ha desarrollado cierta habilidad en el arte de los nudos y las ataduras, con calma va creando una compleja red de nudos, en poco tiempo logra su objetivo. Las piernas de Beatriz están dobladas sujetas por la cuerda, sus tobillos están sujetos a la base de sus muslos, la cuerda pasa por su coño partiéndolo a la mitad subiendo por su ano hasta llegar a su espalda donde están sujetas sus manos ahora, la cuerda envuelven sus pechos los cuales aun tienen los clips en sus pezones. La cuerda recorre todo el cuerpo de la joven quien se excita al sentir el roce y la presión de la cuerda y los clips.


Alfonso utiliza una de las poleas y eleva el cuerpo de Beatriz dejándolo a la altura de su verga. El sexo de ella esta a disposición de él. El cuerpo flota y da vuelas mientras Alfonso toma un consolador y aceite vegetal con el cual lubrica el culo de la joven, lentamente comienza a introducir el consolador en el culo aceitado, ella grita y esto excita aun más a Alfonso quien no se detiene hasta meter por completo el objeto en el culo de ella.





Ahora toma un vibrador, retira los clips del coño y mete el vibrador encendido. Los gritos de Beatriz inundan la habitación. Alfonso saca su verga, sujeta el cuerpo flotante por los cabellos retira los clips de la boca de ella y pone uno en su nariz lo cual le dificulta la respiración a la joven y sin mediciones mete por completo y de un solo impulso la verga en la boca de Beatriz quien no puede hacer nada para evitarlo. Alfonso comienza a meter y sacar su verga de la boca caliente y húmeda. A veces la deja adentro anulando la respiración de Beatriz.



Empuña con fuerza el cabello rubio y jamaquea el cuerpo de ella a su gusto. El vaivén de hace más violento mientras las pulsaciones del vibrador provocan un orgasmos que es ahogado por la verga en la boca de ella. El vaivén aumenta, la verga de Alfonso entra en lo profundo de la garganta, hasta que un abundante chorro de esperma caliente llena la boca de Beatriz quien sin mas opción tiene que tragárselo todo, hasta la ultima gotas y chupar la verga hasta que quede limpia.


Todo ha terminado, Beatriz está vestida y se dispone a marcharse.
—Hasta el jueves— dice Beatriz mientras abre la puerta.
—Hasta el jueves.
—Ah! Casi se me olvidaba, dice mamá, que pases por allá lo más pronto posible, que no te olvides que ella fue que te trajo ha este mundo.
—Mamá molesta demasiado.
— Ya sabes como es ella, al menos ya no tienes que vivir allá, que me dejas a mí que tengo que soportarla a diario.
—Bueno, ya veré cuando paso por allá, adiós hermanita linda.
—Adiós hermanito bello.
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martes, 12 de octubre de 2010

Astrid: La segunda cita. [Capitulo II]





Astrid: La segunda cita.


Lorena y Lucia estaban con la boca abierta. No daban crédito a lo que habían escuchado — ¿Qué sucede? No se queden con esa cara, digan algo— Ambas se miraron y estallaron en risas.



— ¡Joder tía! ¡Que fuerte! Como te la pasaste anoche. ¿Le diste tu numero de móvil?— preguntó Lorena.

— Pues se lo iba a dar, pero él no quiso. Me dio el suyo y me dijo que lo llamará cuando yo quisiera. Me dijo que no quería llamarme y que yo me sintiese acosada o comprometida. Que cuando quiera hablar con él o verle le podía llamar, sin importar la hora o el día. — Lucia se apresuró a preguntar.

— ¿Y le volverás a llama?

— ¿Tú que crees?— una sonrisa picara se esbozo en sus labios— claro que lo llamaré.

— Nos alegramos mucho por ti ¿Verdad Lore?

— Claro que sí

Pasada tres horas de conversaciones, chistes y comentarios un poco subidos de tono referente a la experiencia de Astrid, las tres mujeres decidieron marcharse. Lorena hizo un además casi teatral al buscar dinero en su bolso para pagar — No, déjalo, yo pago— Astrid sacó dinero y pidió la cuenta. Como era de esperarse, Lucia y Lorena no pusieron mucha resistencia al ofrecimiento. Lucia se ofreció a llevar a Lorena a su casa, supuestamente su coche estaba en el taller. La despedida fue muy animosa y acordaron volver a juntarse el próximo domingo.

Lorena y lucia subieron al coche y se marcharon. — ¿Tú le creíste algo?— Preguntó Lucia mientras daba marcha al coche.

— ¡Que va tía! Eso se lo ha inventado. A esa le echaron un polvito de mierda y la mandaron para su casa temprano. El negro ese sólo quería un coño para correrse. Ni siquiera le pidió el número, y a saber si el número que el le dio era el correcto.

— Eso creo yo ¿Quién le va a echar un polvo así a esa?...

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Ya había pasado una semana desde la noche en que Astrid conoció a Sebastián. En esos días tomó el móvil más de trescientas veces para llamarle, pero le faltaba valor para hacerlo. No quería aparentar desesperación, ni mucho menos agobiarle. Pensó que una semana era suficiente. Las manos le sudaban. Recorría de un lado a otro el espacioso salón de su ático de dos pisos con el móvil en la mano.

Llevaba puesto un apretado hot-pant de encaje a conjunto con un sujetador talla ciento diez copas DD. Sin duda era una mujer de tallas grandes, pero de masas muy firmes, libres de estrías y con escasísimas celulitis gracias a los milagros de las clínicas estíticas y a que ella tenía suficiente dinero para pagar a los santos que trabajan en ellas.

Tomó una bocanada de aire para insuflar valor a sus pulmones y pulsó la tecla. Un timbre. Dos timbres. Si sonaba otra vez estaba dispuesta a colgar, con la esperanza de que le devolviese la llamada. Deseaba volver a verle, lo había deseado todo la semana — Hola, habla Sebastián ¿Con quién tengo el placer?— por un segundo no supo que decir —Hola ¿hay alguien ahí?— Lo intentaba, pero las palabras no le salían —No escucho nada. Voy a colgar, inténtelo de nuevo. —

— Hola. Si. Emm, soy yo.

— ¿Sí? ¿Eres Yo? Mira que cosa más curiosa, yo también soy Yo.

— No, es decir….Soy Astrid ¿me recuerdas?

— ¿Cómo crees que no voy a recordarte? Sólo el alzhéimer podría sacarte de mi cabeza. Pensé que no me llamarías ¿Qué tal te va?

—Bien ¿A ti qué tal te va?— las piernas le temblaban. Se sentó en el sofá intentando controlar la respiración, mientras escuchaba esa voz profunda similar a la de un locutor de radio. —…Que bien. Oye, este…no sé, podríamos quedar un día de estos par…

— ¿Puedes hoy?

— ¿Hoy?

— Sí, Hoy…

— ¿Hoy?

— Dame un segundo, deja que me mueva. Creo que tengo interferencia, es eso o que necesitas ir a un Sordologo. Sí, hoy. A las seis. En el bar irlandés que está cerca de la discoteca ¿sabes cuál es?— Claro que lo sabía. Era el mismo bar en donde les había relatado su experiencia a sus amigas hacia menos de una semana. — pues vale. Allí nos vemos.

¡Madre mía, madre mía! Las seis de la tarde. A penas tenía cinco horas para arreglarse. Corrió a su habitación mientras marcaba el número de su peluquera, cita de emergencia, trabajo completo. Como era de esperarse, siempre había un hueco para una clienta como Astrid. Abrió el armario, una habitación de tres metros cuadrados repleta de ropa zapatos y bolsos. Sacó más de veinte piezas de ropas, pero ninguna terminaba de convencerle. Lastima que no tenía más tiempo para así poder ir de compras. Hizo una preselección que le dejó con siete opciones, de camino a la peluquería se lo pensaría mejor.



Llegó a la peluquería lo más rápido posible. Lavado, corte, tinte, mechas, peinado, las cejas, manicura y pedicura. Por suerte esa semana ya se había hacho la cera. Ciento diez euros más treinta de propina. De vuelta al ático. Queda poco. Dos horas y media, sólo dos horas y media.

Otra vez la ropa, segunda preselección, ahora quedan tres opciones. Baño, maquillaje. Probarse la primera opción; la segunda; la tercera; de nuevo la segunda con otros zapatos. Ahora los mismos zapatos con la primera opción. No le convencen. Abre el armario de nuevo y saca más ropa. Tres opciones más, incluyendo una que ya había descartado. Pantalón, falda, vestido, escote, estampado, liso, pasado de moda, parezco una puta, eso no que se me nota mucho la tripa…

Al final eligió una falda negra hasta las rodillas, una blusa con magas remangadas rosa con escote en forma de V, botas de tacón de piel negras que le llegaban hasta la mitad de las pantorrillas, un cinturón de hebilla ancha que se sostenía en diagonal desde su cintura a sus caderas. Brazaletes y colgante a juego con los pendientes. No estaba del todo conforme, pero ya no le quedaba mucho tiempo. Se retocó el peinado y el maquillaje. Se miro al espejo por quincuagésima vez. Otra vez se reacomodó el cinturón buscando una mejor caída. Joder, ya eran las cinco y cuarenta.



Tomó las llaves, el móvil, revisó rápidamente el bolso: Clínex, cepillo para el pelo, lápiz labial, maquillaje de emergencia, el monedero con en DNI y los demás documentos, hilo dental, dinero suelto, horquillas para el cabello, bolígrafo y agenda, crema y jabón para las manos, esmalte de uñas, perfume, una toalla sanitaria de uso diario, caramelos para el aliento, un cepillo de dientes con un mono dosis de pasta dental y un mechero, aunque dejó de fumar hace ya varios años.

Salió a todo gas y se subió es al coche, hubiese tomado un taxi, pero no disponía de tiempo para esperar. Circuló con precaución pero con prisa. El teléfono sonó, en el manos libres mostraba Número Privado. No dudó en responder — ¡Hola!— Su animoso saludo se cortó de golpe al ori la voz de quien le llamaba.

— Hola Astrid, soy yo, Raúl. — el corazón se le paró por un segundo.

— Sí. ¿Dime? — Intentó contralarse. Ser fría. Aunque una parte de ella se alegraba de escucharle otra vez. Era posible que…

— Me dejé unos pens drives. Quiero que me los devuelvas lo antes posible, los necesito ¿Puedo pasarlos a buscar ahora?— Ese tono de voz. Esa actitud…

— Pues ahora no puedo. Ya te llamaré para que pases a recogerlos.

— ¿Qué ahora no puedes? ¿Por qué?

— Porque he quedado con alguien— Así que te jodes gilipollas de mierda, pensó muy alegremente — ya te llamo. Hasta luego.

— ¡Espera! ¿Cómo que has quedado? ¿Con quién?

— Hasta luego, llego tarde. Besos. — Su dedo fue más rápido que la reacción de Raúl. Colgó la llamada y apagó el móvil. No quería distracciones. Tuvo suerte en aparcar. Bajó rápidamente del coche mirando el reloj de pulsera, cinco y cincuenta y siete. Se detuvo en seco.

Respiro profundamente y contuvo el aire. Dio media vuelta y entró al coche. Encendió el toca Cd´s, Escaneó hasta encontrar la canción más larga y la dejó correr. En ese momento deseó no haber dejado de fumar. Se miró en el espejo retrovisor, se reacomodó el cabello, verificó el maquillaje; Examinó su escote, que los pechos no sobresaltaran demasiado pero que se vieran, reubicó milimétricamente el colgante entre ellos. Cuando el último acorde de la canción sonó, ella bajo del coche, seis y cinco minutos.

El bar estaba desahogado. Ubicó a Sebastián de inmediato en una de las mesas centrales. Sí, en el centro, a la vista de todos. No como Raúl que siempre si iba a las del fondo. El se puso de pie al verla llegar. Llevaba un jersey rojo ceñido y un vaquero negro, simple pero muy bien vestido.
Se saludaron con dos besos, aunque ambos querían besar al otro en la boca. Sebastián le acomodó la silla para que se sentase.

— Estás radiante. Me encanta tú ropa y ese color de pelo te queda fenomenal. — Se había dado cuenta del su arreglo en cabello en los primeros dos minutos, un nuevo record mundial.

— Gracias. Me he puesto lo primero que encontré. Tú también estás muy guapo.

— Astrid… ¿Qué dijimos sobre la Hipocresía y la compasión?— Así comenzó la cita. Se dijeron muchas cosas: ¿Te gusta tal grupo? ¿Has visto tal película? Esto, aquello. Pero al final ninguno develó nada más allá de sus gustos. Tal vez no querían transgredir demasiado la intimidad del otro, o simplemente no deseaban saber demasiado e involucrarse profundamente tan rápido. Tampoco quisieron tocar el tema del sexo, pese a que era más que seguro que terminarían haciéndolo.

Las horas pasaron como minutos, es lo que sucede cuando te lo estás pasando bien en un lugar junto a alguien que te gusta; aunque diferían en ciertas cosas — ¿No te gusta EL señor de los anillos?— El tono dramático sorpresivo de Astrid no hizo a Sebastián replantearse su respuesta.

— No. Una película de doce horas sobre enanitos gays que quieren destruir un anillo. Si yo hubiese sido Fredo…

— Frodo…

—…Ese. Le hubiese dicho al mago, quien dicho sea de paso no lanzó más de tres conjuros en toda la película, que llamase a una de las águilas gigantes, me monto en ella y vuelo hasta el volcán… ¡LISTO! A tomar por culo con el anillo de los cojones.

— ¿Tampoco te gusta Star Wars?

— Tía, eres una friky ¿Lo sabías? Me estoy replanteando la idea de que seas mi novia. — Esta vez su lengua y su sentido del humor le habían jugado en contra delatando sus intenciones futuras.

— ¿Qué has dicho?— Era una de esas cosas que se escuchan, pero aun así se preguntan. Vio su rostro, vio la expresión que decía “La he cagado ¡Mierda!”. Ese era uno de esos segundos eternos donde debes pensar la movida maestra ¿Quiere que sea su novia? ¿Quería ella serlo? ¿Estaba preparada para tener una relación otra vez? En ese momento no encontró respuestas claras, sólo una opción: Dejar fluir las cosas…

— ¿Tienes hambre?— Maniobra de evasión rápida para cagadas imprevistas. Recomendaciones: Rezar.

— Pues ahora que lo mencionas…

— Ven — La cuenta ya estaba pagada. La tomó por la mano y se pusieron en marcha — Te prepararé mi especialidad: Espaguetis a la parmesana. — Ella sonrió y se dijo para si Déjalo que fluya.


Esta vez, mientras Sebastián preparaba los espaguetis, Astrid tuvo más tiempo husmear. El salón-comedor era amplio. Una estantería repleta de libros de diversos géneros cubría una de las paredes. En el lado opuesto se podía apreciar un estante más pequeño con diversas figuras y fotos. Astrid prestó especial atención a las fotos. Un hombre muy parecido a Sebastián, pero mucho mayor, seguramente su padre, junto a una mujer de edad similar con rasgos asiáticos. En más de una decena aparecía una chica mulata con un voluminoso cabello al estilo afro; en algunas estaba sola, en otras acompañadas de una chica asiática y/o una mujer de rasgos europeos.

También habías varias figuritas de esas que venden en las tiendas para turistas, al parecer recuerdos de viajes; Alemania, Rusia, Japón, Nueva York, República Dominicana, Cuba, Jamaica, Brasil, Tailandia, Londres, Holanda, Suiza, Suecia, China, Italia, Chile, Argentina, México y muchas más. ¡Madre mía, ha viajado más que el Papa!



La hora de la cena llegó. Los espaguetis estaban perfecto —Tengo un amigo italiano que me enseñó a hacerlos. Me costó bastante lograr hacerlos bien, no soy muy diestro en la cocina— Al terminar se sentaron en el sofá del salón. Astrid ya tenía los pies hechos polvo, Sebastián lo pudo notar con facilidad. Tomó sus pies, los colocó sobre sus piernas y le quitó las botas. Un suspiro orgásmico de alivio brotó de los labios de Astrid.

Luego le quitó las medias. Se quedó observando sus pies, le parecían hermosos. Lentamente comenzó a masajearlos. Un masaje en los pies en el segundo encuentro, fabuloso. Raúl nunca lo hizo en siete años. Sus dedos se deslizaron con suavidad y firmeza. Lo único audible era la respiración profunda de Astrid que denotaba placer; un placer que se vio potenciado por diez al sentir los labios cálidos de Sebastián sobre el empeine de su pie. Los besos comenzaron a llegar uno tras otro, mientras las manos exploraban con libertad y cautela sus voluptuosas piernas.

Astrid estaba extasiada. Sebastián se aplicó a fondo en cada palmo de piel, era una paciencia tan desesperante que rayaba en lo sádico. Al fin sus manos y sus labios llegaron a los muslos, la presión de sus dedos iba en aumento. La robustez y firmeza se esas piernas le excitaba mucho. El olor le embriagaba. Sintió las manos de ella posarse sobre su cabeza rapada, sus caricias eran una exhortación a que avanzase a zonas más profundas. Él estaba decidido a obedecer.

Le quitó la falda, por un momento contempló con admiración las pronunciadas líneas de sus caderas enmarcadas con una provocativa lencería de encajes blancos. La siguiente prenda en ser derrocada fue la blusa, su caída dejó a la vista un par de pechos apenas contenidos por un sujetador que pronto dejaría de cumplir su opresora función. Las cosas bellas no deben coartarse. Frotó sus mejillas entre los voluminosos pechos, incluso dejó su rostro entre ellos por algo más de medio minuto.

A ella le encantaba eso, sentir que a él le gustaba su cuerpo le hacia sentir más mujer. La sensación de sentirse deseada no era algo con lo que estuviese familiarizada. Un cosquilleo creciente en el interior de su bajo vientre se expandió por todo su cuerpo erizando su cada bello de su blanca piel. Sus labios se tocaron por primera vez en esa noche. Un beso cargado de deseo y pasión reciproca. Ella también quiera tener parte activa, también quería hacer; deseaba darle placer.

Le quitó el jersey a la vez que le sentaba para colocarse sobre él. Apoyó sus rodillas sobré el sofá a cada lado de las piernas de Sebastián. Sus grandes tetas quedaron frente a su cara. Con una voz sensual que ella misma desconocía tener preguntó — ¿Te gustan mis pechos?— Sebastián respondió que le encantaban. La punta de sus dedos acariciaban los pezones henchidos, su lengua y dientes jugaban con ellos. Ella movía su pelvis, frotaba su sexo contra la dureza contenida de una polla que estaba a punto de estallar. Los diez dedos de Sebastián se aferraron a sus nalgas con cierta rudeza sorpresiva. Ella le beso con ansias, quería devorarlo. Le mordió el labio inferior y tiró el. Los besos eran cada vez más largos, sus lenguas se enredaban e invadían la boca del otro. Se miraron a los ojos, había fuego en sus miradas.

Se pusieron de pie sin dejar de besarse. Se restregaron con fruición. Las uñas de ella casi rasgaban la negra espalda de él, quien le respondía apretándole el culo hasta dejarla parada de puntillas. Ella se separó sin dejar de mirarle a los ojos, había una sonrisa perversa en sus labios. Lentamente comenzó a caminar. Sebastián se quitó el resto de ropa que le quedaba, dejando al descubierto toda su masculinidad, Astrid se mordió los labios mientas caminaba de espalda para salir del salón. Por un momento él le perdió de vista, luego vio una mano que sostenía unas bragas que cayeron al suelo.

El avanzó rápido y la interceptó en el pasillo. La agarró por la espalda y la puso de frente contra la pared. Le besaba en cuello y la nuca a la vez que una de sus manos ávidas de carne apretaba una de las deliciosas tetas; La otra irrumpió desde atrás separando ambas piernas para encontrase con un coño caliente y húmedo. Ella recibía todo a la vez. Intentó moverse para seguir avanzando hacia el dormitorio, pero una rápida e inesperada nalgada le disuadió de hacerlo —Quieta— Esa voz autoritaria, el ligero ardor en su cachete, ese control sobre ella, todo tan nuevo, tan…excitante.

Sebastián se puso de rodillas y con ambas manos separó las nalgas y piernas de Astrid, ella rápidamente buscó una mejor posición para ofrecerle su sexo totalmente. La lengua se introdujo en su vagina húmeda. Era placentero, sus gemidos daban fe de ello. La mamada era agresiva, con ahínco; él mordisqueaba sus labios vaginales, ella enloquecía. Si no lograba llegar a la cama, iba a correrse en el pasillo. Intentó moverse de nuevo, su cerebro esperaba otra nalgada, pero no fue así, esta vez Sebastián le dejó avanzar y llegar hasta la habitación.

Al entrar apagó la luz y se acostó rápidamente en la cama. Cuando Sebastián entró volvió a encender la luz — Esta vez quiero verte disfrutar— Ella le veía avanzar, veía esa polla rígida como el mástil de una barco aproximarse a ella, y ella la quería. Él se la acercó a la cara y ella no tardó un segundo para llevársela a la boca, estaba dispuesta a engullir todo lo que pudiese aunque le costase un dolor de garganta y mandíbula. Sebastián se acostó en la cama y la guió para que ella se tumbase sobre él. Coño contra boca, boca contra polla ¿Quién sucumbiría primero?

Sentir como le comían el coño le motivaba a chupar esa polla como una posesa, a llevarla hasta el límite de su garganta, a sostenerla allí hasta que le faltase la respiración. Lo hacía una y otra vez. Los dedos entraron en su coño, frotaron su clítoris, rozaron su ano. Estaba al limite, necesitaba ser penetrada — Métemela, ¡métemela ya!— Y sus deseos fueron cumplidos.

Sebastián la colocó a cuatro patas, ella apoyó sus manos en el espaldar de la cama esperando con ansias la primera embestida. Sintió como el robusto miembro se abrió paso hasta lo más profundo de su cavidad provocando un grito de placer que le dejo sin aliento. Y lo sintió otra vez, una y otra vez. Esas manos que le sujetaban por la cintura con fuerza, con propiedad, con deseo. Vio hacia su derecha, había un espejo de cuerpo completo en el cual no había fijado hasta ese instante. Se vio a si misma siendo cogida. Vio la cara de deseo de Sebastián vio su cuerpo, su polla entrar una y otra vez. Y por primera vez vio su propio rostro al llegar al orgasmo. Otra vez aquella reacción cataclismica que le sacudía desde lo más profundo de su ser hasta dejarla al borde de la inconsciencia. Se sintió desfallecer, pero el deseo de complacer le ayudó a sobreponerse y a darlo todo. Su vagina estaba adolorida, pero no quería que Sebastián se detuviera. Era un dolor que se mezclaba con un placer que volvía crecer arremetida tras arremetida.

Sebastián la tomó por el pelo y tiró hacia él. Ella curveo su espalda instintivamente. Entonces recibió una sonora nalgada, seguida de otra y de otra. Lejos de dolerle o molestarle aquello le excitaba a niveles desconocidos para su mente. Estaba siendo controlada totalmente. Se sintió poseída, Sebastián era su dueño en ese momento y ella estaba allí para retribuirle todo el placer físico y mental que él le había dado. Sí, le gustaba sentir eso. El reflejo del espejo no mentía, su cara le delataba, le gustaba.



Una descarga de semen inundó su vagina, el calor interno y la presión del momento le causo un repentino orgasmo que le atrapo casi por sorpresa entre gritos y jadeos. Ambos cuerpo se desplomaron uno encima del otro. Si aquello no había sido la Gloria, a Astrid no le importaba, ella se conformaba de buena manera con eso…
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domingo, 10 de octubre de 2010

Astrid, Una noche intensa. [Capitulo I]

El bar estaba algo saturado. Docenas de conversaciones se mezclaban con la música de fondo, Lorena intentaba avanzar sin chocar con las demás personas. Oteaba de un lado a otro hasta que vio a una chica que le hacía señas con las manos en una mesa al fondo del bar. Al llegar a la mesa saludó a su amiga con dos besos en la mejilla, para luego apartar un pesado abrigo de piel que estaba en una de las dos sillas libres. Acto seguido se acercó un camarero —Ponme una cerveza — el camarero tomó nota y se marchó. Lucia esperó a que el mesero se marchase para empezar a hablar.

— No sabes lo que te perdiste ayer lore.

— Me imagino. Pero ya sabes como se pone Alberto cuando falto a sus reuniones familiares con su MARAVILLOSA madre. Oye tú ¿Y Astrid? Pensé que también venía.

— Esa aún no ha llegado, y es mejor así. Si supieras lo que hizo anoche. ¡Que fuerte!

— ¿Qué? ¿Se enrolló con alguien?

— Si tía.

— ¡No jodas! Pero recién acaba de terminar con Raúl. No pensé que se metería con nadie tan rápido, con lo ñoña que es ella.

— Pero es que es muy fuerte.

— Anda cuenta antes que llegue.

— Llegamos a la discoteca. Al principio me costó convencerla, pero ya sabes como es ella que con nada la persuades. Y estamos ahí a nuestro rollo en la barra. Los tíos se nos acercaban y eso. Pero con la cara de amargada que tenía la tía, los espantaba a todos. En eso estuvimos como una hora. Ya yo me estaba arrepintiendo de haberla invitado, pero como ella es la que siempre paga.

— Ya, para algo debe de servir la gorda esa.

— Pues en eso llega un negro tía. Pero un negro enorme y más feo, era feísimo tía.

— No me digas que…

— Si tía. El tipo viene y le secretea algo en el oído a la Astrid y esta se parte el culo de la risa. Era la primera vez en dos semas que la veía reírse.

— ¿Y qué pasó después?

— Pues que el negro se queda ahí hablando con ella y ella no paraba de reírse. Y al rato el tipo este se la lleva a bailar. Después volvieron juntos y ella sigue riéndose como si se hubiese comido un payaso. La tía pasaba de mí como de comer mierda. No me volvió a hacer caso y ni me presentó al tío ese. Y al rato se van a bailar de nuevo, y se comienzan a besar, fuertísimo tía, ahí mismo.

— ¡No jodas! Esa está es desesperada, como el Raúl la dejó y él ha sido el único que le ha hecho caso. De seguro se piensa que no va a conseguir a más nadie, y no la culpo, la pobre con ese cuerpo. Yo le he dicho que se ponga dieta…

— yo no sé si estaba desesperada, pero cachonda sí que estaba, porque se fue con el negro ese. Anda, mírala ahí viene. — Una chica de no más de veinticinco años llegó a la mesa. Lorena y Lucia le saludaron con mucho afecto, casi como si fuesen hermanas — ¿Y tú? ¿Serás guarra? — Las risas estallaron entre las tres mujeres — Anda, cuéntanos con lujos de detalles.

— Primero una cerveza joder, que me faltan líquidos en el cuerpo. — La cara de Astrid desbordaba vitalidad, a pesar de las ojeras que tenía, se veía más viva que nunca. Después de dar un largo trago a la cerveza comenzó a relatar con toda confianza a sus dos mejores amigas su extraña aventura…


En verdad no quería estar allí esa noche. Pero Lorena insistió tanto que no tuve más remedio que ir. No tenía ánimos para nada. Apenas me maquillé un poco para disimular las ojeras y la mala cara que me habían dejado dos semanas de llantos e insomnio. Mi pareja, con la que llevaba más de siete años me había dejado. Es cierto que nuestra relación no marchaba bien. Estaba casi segura de que el me era infiel con otra chica. En el fondo no le culpaba, yo no soy muy atractiva, ya era bastante con que él estuviese conmigo. Yo soportaba su mal carácter y sus insultos, porque sabía que el me quería. Al final no supe como mantenerlo a mi lado y él terminó dejándome.

Los hombres parecían verme un cartel en la frente que decía “Amargada, precaución”. Algunos se acercaban pero se marchaban en el acto. Yo me sentía mal, no por mí sino por Lorena, les estaba ahuyentando a los pretendientes. Estaba decidida a irme, pero en ese momento se acercó un hombre de color y me dijo al oído “Has probado cenar All-brand©” No pude evitarlo, estallé en risa, y más al ver que él se quedó con la cara sería, como si no hubiese dicho nada. No era guapo, pero en carisma e ingenio para empezar una conversación, ya tenía un diez.

— Hola, mi nombre Sebastián— Hizo una breve pausa y luego me dijo — Sí, se que esperabas que te dijera que me llamaba Dikembe o Baltasar— Otra vez me cogió por sorpresa y me robó mi segunda carcajada en dos semana — La verdad es que una vez al año me llamo Baltasar, y le lanzo dulce a los niños, es la única fecha del año en que un negro le puede dar dulces a un niño desconocido sin que sus padres llamen a la guardia civil — Definitivamente tenía un diez.

— Me llamo Astrid, un placer conocerte.

— El placer será de los dos si todo fluye como es debido. Y será un placer con replicas de ocho grados en la escala de Richter. ¿Dije eso en voz alta?— yo toda sonrojada asentí con una risita en los labios — Le echaré la culpa al alcohol. ¿Astrid? si mal no recuerdo es un nombre de origen griego que significa: La mejor. Mi nombre también es de origen griego, El venerado. Y luego mi madre se pregunta por qué soy egocéntrico.

El no paraba de hablar y yo no paraba de reír. Sin embargo había algo en él que me parecía Triste. Era extraño, me hablaba muy cerca del oído, tanto que podía percibir su aroma. Pero su voz no resultaba molesta a pesar de que como era obvio, debía esforzarse para que yo le escuchase. Cuando se apartaba, su rostro me atrapaba por completo. Nunca había estado en contacto tan directo con alguien de su etnia. Sus rasgos eran fuertes, pero no ordinarios. Sentí deseos de pasarle la mano por su cabeza rapada.

Me invitó a bailar, y accedí. Me tomó de la mano con firmeza, pero con cierta ternura protectora y me llevó hasta la pista de baile. En ese momento sonaba una salsa. Nunca he sido buena bailarina, pero sabía lo suficiente como para no pasar vergüenzas en momentos como ese. Él sin embargo se movía con gracia y soltura a pesar de su físico robusto. Lo mejor era que me hacia bailar, no sé cómo explicarlo. Sus movimientos me guiaban, me sorprendí a mi misma al verme bailando de esa forma.

En ese momento me sentí libre. Por un instante olvidé lo mal que lo había pasado en las dos ultimas semanas. Me olvidé de Raúl y de que me dijo que me dejaba porque estaba gorda. Olvidé mis complejos y mis defectos y bailé. Una canción tras otras. Pregunté que cuando pararíamos, y él me respondió — Hasta que el sudor de la nuca nos llegue a la raja del culo — No podía creerlo, no tenía frenos en la lengua. Estoy segura que en otra situación, con otra persona, no sé, creo que lo hubiese despachado, pero él tenía algo.

Al final cumplió su palabra y bailamos hasta que, al menos en mi caso, el sudor llego al sitio marcado. Volvimos a la barra y nos tomamos las cervezas de un trago. Hablamos un rato más. Yo no podía parar de reír. Le pregunté que por qué hacia tantos chistes — Yo no hago chistes, yo hago comentarios que pueden resultar o no, graciosos. Eso dependerá de la inteligencia de la persona. Tú eres muy inteligente…y muy bella. — Mi ego femenino necesitaba escuchar eso. Inteligente y bella. — Ahora es cuando tú dices “Tú también eres inteligente y bello” —

—Tú también eres Inteligente y bello.

— Y tú eres muy hipócrita o muy compasiva. Ni siquiera mi madre me ha llamado bello en toda mi vida, es más, mi cuna tenía cortinas negras. — Ya me dolía la barriga de tanto reírme — Vamos, ya se ha secado el sudor. Bailemos otra vez. — No me dio tiempo a responder si quería ir o no. Me tomó de la mano con propiedad y me llevó hasta la pista. Esta vez no sonaban ritmos latinos. La música era lenta, para bailar pegados. Sentí sus manos en la base de mi espalda, instintivamente puse mis brazos alrededor de su cuello. Su olor me embriagó. Era un aroma fuerte, muy distinto al de Raúl. Podía sentir la firmeza de sus músculos. Si darme cuenta nos estábamos besando.

Él se empalmó en el acto. Sentí su polla a través de la tela de sus vaqueros. Provocar eso me hacia sentir bien. Antes de que Raúl terminase conmigo, ya hacia más de dos meses que no tenía sexo. Además, el pobre tenía un problema de defunción eréctil a causa de estrés.

— ven conmigo

— No puedo, mi amiga…

— Tú amiga es mayor de edad, que se busque la vida. Ven conmigo.

— ¿A dónde me quieres llevar?

— A pasear, ver las estrellas y recitarte poesías.

— ¿en serio?

— No. En realidad quiero hacer el amor contigo toda la noche hasta que me duela la cintura y no sienta las piernas. — Está de más decir que me quedé atónita. Se me subieron los colores a la cara y me entró una risilla tonta. — Eres muy bella, no quiero perder la oportunidad de pasar contigo una noche inolvidable. Si ya estás con alguien, o simplemente no me crees adecuado para ti, te aseguro lo entenderé. Pero no me culpes por intentarlo. — Esas palabras tan sinceras, esa voz tan cerca de mi oreja, el alcohol, la necesidad… ¿por qué no?

Le dije a Lorena que me iba, no le di ninguna explicación aunque ella me la pidió. Sebastián y yo salimos de la discoteca — Mi piso está muy cerca, vamos andando. — Me tomó de la mano y fuimos andando sin prisa. Raúl no solía tomarme de la mano en la calle. A pesar del frio que hacía, su piel estaba muy caliente. En la calle pude apreciar mejor sus proporciones, era enorme. Me sacaba una cabeza, yo llevaba tacones. Su espalda y sus hombros eran anchos. Físicamente era imponente. Incluso ante mí. Sus pisadas eran ligeras, me parecía increíble que alguien así se pudiese mover con tanta gracia, yo sin embargo…bueno, mis taconazos resonaban a tres cuadras.

Llegamos a su piso y me llevó directamente a la habitación principal. — ¿Baño?— Me señaló la puerta mientras le daba una mal disimulada patada a unas deportivas que terminaron debajo de la cama. Estaba nerviosa. Mientras orinaba observé todo. Había dos cepillos de dientes, uno verde y otro con una figurita de la Hello Kitty. También había dos juegos de toallas, uno de color azul y otro de color rosa. Era obvio, en ese piso vivía una chica.

Al salir del baño le encontré sentado en la cama, tenía el torso desnudo y estaba descalzo. Me sonrió y me hizo seña para que me acercase a él. Yo antes que nada, apagué la luz de la habitación. Era una costumbre, a Raúl nunca le gustó hacerlo con la luz encendida. — Ya con luz es difícil que me vean, a oscuras es imposible, al menos que me ría— me iba a reír, pero él ya me estaba besando. Había fuego en sus labios. Nunca en mi vida me habían besado con tanta intensidad. Antes de darme cuenta estaba totalmente desnuda.

Mientras me besaba me apretó las nalgas y pegándome a él. Ya no había marcha atrás. Yo estaba infernalmente caliente y húmeda. Fui directamente a por el Gordo, y nunca mejor dicho. Su polla tenía un tamaño, como decirlo, bestial. Era tan gruesa que mi mano la abarcaba con dificultad. Nunca pensé que tendría una cosa así en mis manos. Para serles sincera, me dio un poco de miedo.

Me comenzó a lamer los pechos. Su lengua se centró de inmediato en mis sensibles pezones. Yo le acariciaba la polla. Le lleve lentamente hasta la cama e hice que se sentara. Mis tetas quedaron a la altura de su cara, él no paraba de chupármelas mientras sus manos hacían un recorrido desde mis piernas hasta mi espalda. Yo ya estaba empapada y ni siquiera me había tocado el coño. A esa velocidad era seguro que me correría antes de llegar a la cama.

Me puse de rodillas y tomé su polla con ambas manos, debo confesar que a pesar del temor, resultaba excitante tener semejante herramienta entre las manos. Comencé a lamerla como un polo de carne a la vez que le masturbaba suavemente. Sus suspiros me agradaban, me decían que lo estaba haciendo bien. Todo iba bien, hasta que intenté metérmela en la boca ¡Madre de Dios! Esa cosa pretendía desencajarme la mandíbula, a duras penas logré engullir un cuarto y sentía que me asfixiaba. Con Raúl eso nunca me pasó. Creo que Sebastián era consciente de mi pequeño problema.

Me tomó por los hombros con delicadeza y me colocó en la cama. Se colocó entre mis piernas y me besó por un instante. Luego comenzó a descender con su lengua hasta llegar a mis tetas. Sus manos se deslizaron por mis muslos hasta llegar a mi coño. Me lo acarició suavemente a la vez que me lo abría más. Sus dedos me rozaban el clítoris. A esas alturas yo ya estaba gimiendo de puro placer. Cuando sentí su lengua ahí, simplemente grité. No lograba recordar la ultima vez que Raúl me había mamado el coño.

Me separó las piernas al máximo y sumergió su lengua el mi coño. No quedó un solo rincón por donde no pasara, incluso mi ano. Aquello era totalmente nuevo para mí, extraño pero muy excitante. Cuando metió el primer dedo en mi coño, ya no pude contenerme más. Me corrí. Me sacudí en la cama, temblé, grité, gemí. El no paró el ningún momento de chupármelo y mastúrbame con los dedos. Yo presionaba su cabeza con ambas manos contra mi clítoris, no quería que se separara ni un segundo. Ya sentía tres dedos en mi coño. Estaba súper dilatada. Creo que eso era lo que el buscaba.

Se volvió a colocar sobre mí, y sujetándome las piernas comenzó a metérmela. No estaba acostumbrada a semejante polla. A pesar de lo lubricada que estaba, le era un poco difícil meterla toda. Creo que tenía un poco de miedo a hacerme daño. Yo le sujeté por la cintura con ambas manos y lo empujé hacia mí. La embestida fue brutal. Me dejó sin aire. Nunca había sentido tal placer, ni siquiera sabía que existía. Él se quedó inmóvil por un momento, quizá esperando que yo recobrase la respiración. Creo que estaba acostumbrado a causar ese efecto.

Sus movimientos eran suaves, su polla entraba y salía completa. Me la metía muy despacio, era delicioso. Yo no paraba de gemir, pensé que me desmayaría del placer. Tenía la corrida muy cerca, la sentía llegar, pero sus movimientos prolongaban la llegada. Creo que duró unos diez minutos, tal vez más tal vez menos. Era un suplicio. Quería correrme, pero a la vez quería que continuara con ese ritmo deliciosamente torturante.

Entonces soltó una de mis piernas, separó su torso se mi cuerpo y comenzó a tocarme el clítoris. Aquello fue maravilloso. Ya no pude soportar tanto placer, la corrida estaba muy cerca. Él lo sabía. Dejó de tocarme y aceleró el ritmo. Las embestidas se hicieron cada vez más rápidas y fuertes. La cama retumbaba contra la pared. Yo lo abracé con todas mis fuerzas y lo rodeé con mis piernas. No podía ni gritar. Entonces llegó, el orgasmo más brutal de toda mi vida, no exagero, era la primera vez que sentía tanto placer. Mis piernas se pusieron rígidas, mi espalda se arqueó hasta rozar el punto de quiebra, mis manos se aferraron a los barrotes del espaldar de la cama. Él continuaba embistiéndome sin compasión, y mi orgasmo parecía no tener fin. Aquello era una experiencia sobre humana. Luego no recuerdo más.

Al abrir los ojos era ya casi de día. Por un instante creí que todo había sido un sueño, pero un fornido brazo que rodeaba mi cuerpo me hizo saber que había sido real. Yo estaba acostada de lado y Sebastián me estaba abrazando. Me di la vuelta muy despacio para no despertarle. Al verle la cara mi corazón se aceleró mucho. Era como una corriente de alegría que me llenaba el pecho. Aquel hombre de mirada triste que no podía parar de hacer Comentarios, me dio la mejor follada de toda mi vida. No sólo eso, me hizo sentir bien, me llevó de la mano por la calle, me besó en público, me dijo que era bella. No sé si todo aquello lo hizo para echar un polvo. Pero de ser así, para mi había valido la pena.
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